He descubierto que soy una persona voraz. No me contento con lo que tengo, sino que siempre quiero más. Esto lo puedo ilustrar como alguien que a pesar de haber comido, quiere comer más, y no se sacia. Esto me sucedió cuando era niño.
También he podido ver esto en otros aspectos:
- En mis aptitudes académicas, siempre quiero aprender más.
- En el liderazgo, quiero seguir avanzando en rango. (A pesar que, no siempre es esto lo que me motiva. Creo que ahora hay algo más que me impulsa, y que no puedo comprender)
- Y en las relaciones personales, me he dado cuenta que quiero profundizar cada vez más.
Obviamente, la persona me hacía saber que estaba queriendo pasar más allá de esos límites. Me sentía rechazado. Unas veces entendía, pero otras no, y seguía intentándolo, con lo cual surgía una advertencia cada vez más fuerte, hasta el grado de la reprensión. En ese momento, el rechazo era tan grande que terminaba dando media vuelta a la relación.
Y todo por mi voracidad: la voracidad de una cercanía mayor.
Creo que no debo evocarlo en el pretérito imperfecto, sino que en el presente.
Porque estos problemas todavía me afectan
Veo lazos rotos. Tal vez, para mí, irremediablemente rotos.
Me duele adentro.
Me siento frustrado.
Y hasta me enojo.
Sé que estuve mucho tiempo solo y aislado. La autonomía es una de mis mayores herramientas de resiliencia. Pero percibí tantas agresiones de afuera que me convirtieron en una persona solitaria...
Pero no quiero justificarme con esto.
Acepto mi responsabilidad en todo esto.
Y no quiero volver a traspasar estos límites.
No quiero continuar destrozando mis amistades por mi voracidad.
Me quiero conformar con la cercanía que me den.
Aunque no sea lo que quiera.
Otros reemplazarán lo que algunos no me den.
Como ya ha sucedido ahora.
Como lo dicho en la Decepción Fraternal.
Hay una parte del Fruto del Espíritu que me hace falta tener, que necesito, y que siento que Dios me ha llamado a desarrollar en este tiempo.
PAZ.