martes, 31 de enero de 2006

Sin Control

Esta mañana me hice una pregunta:
¿Cuál es mi lugar?

Y como la respuesta es Jesucristo, me propuse a entender qué quería decir en este caso.

Luego de rato de conversar (y recibir palos) con mi madre, salió la respuesta:

Jesucristo tiene el control.

Antes de entrar a la Universidad, tenía una fe más fuerte, que soportaba las adversidades y se dejaba llevar por la voluntad del Señor.

Pero entré y...

Tuve un primer año muy difícil, en el cual tuve muy cerca de fracasar ya que no estaba acostumbrado a tal ritmo.

Me enseñaron a pensar lógica y racionalmente, a explicarme científicamente las cosas.

Y mi fe decayó por no entender.

Fue como si los pies de mi fe se hubiesen desecho, y todo se derrumbó.
Casi sucumbí.
Pero Él me sostuvo.

Ahora, he tenido que reconstruir todo desde entonces, desde el 2003.

Y me sentía orgulloso de haber pasado tal difícil año.
Me esforcé mucho.

Progresivamente, sentía que podía controlar las cosas.
Así, hice y no hice muchas cosas por tener el control.

O sea, creía tenerlo.

Porque, de todos modos, Dios me ayudó a pasar ese año.

Que iluso fui.
Fútil ilusión.

NUNCA TUVE EL CONTROL.

Por eso he sufrido.
Me decepcioné enormemente al ver que NO tengo el control.

--------------

Ahora, estoy más tranquilo.
No necesito tener lugar, más que a Su lado.

Y haré lo que me ha hecho más feliz:
Servir a aquéllos que me ponga frente.
En lo que me necesiten.

Me he gozado enormemente haciendo esto.
Y esto haré.

Yo no tengo el control.
Cristo lo tiene.

domingo, 29 de enero de 2006

La Respuesta

Este tiempo ha estado lleno de preguntas.
He estado buscando mi identidad, mi lugar, mi rol y mi sentido.
Y los encontré. Sin querer buscaba un rostro.

Leyendo "Mientras no tengamos rostro" de C.S Lewis, sucedió.



Buscando una posición,
encontré la incertidumbre.

Buscando una investidura,
encontré cilicio.

Buscando honor,
encontré humillación.
El quiebre de mi orgullo
y vanagloria.

Buscando una carga (o),
encontré una cruz.

Buscando un camino,
encontré uno estrecho,
que va al Gólgota,
donde va a morir a mi propio yo.

Mi corona, el liderazgo,
cambiada por espinas.

Mi baluarte, el conocimiento,
ha sido revelado como mi falso soporte.

Como un pámpano, recién podado,
he entregado todas mis hojas.

Como rama luego del otoño
ha quedado mi yo.
El que tanto quise cuidar.
Con el cual pensé que podía hacerlo todo.
Y el mismo que me traicionó
Porque, al mostrarlo sin tapujos,
espantó a muchos.
Y cortó mis alas.

Pero, de todo esto,
sobrevivió la madre de mis preguntas.
Una pregunta que no puede expresarse con palabras.

Un por qué, un para qué o un qué se quedan cortos.
Y la respuesta es
JESUCRISTO.
¿Por qué he sufrido?
¿Para qué he sufrido?

¿Por qué he esperado?
¿Qué he esperado?

¿Qué me faltó?
¿Qué me falta?

Lo que es mi sentido,
mi camino,
mi corona
y mi baluarte.

Mi lugar,
mi consuelo,
mi identidad,
mi modelo.

Mi restitución.
Y mi regalo.

Mejor que todo lo que perseguí
e intenté ser.
Gracias, de lo profundo de lo que queda de mí.

Este es mi nuevo amanecer,
a pesar de no comprender
el significado de esta respuesta
en cada caso particular.